Una tarde de esas que el sol se convierte en un ponchito suave y abrigado, un encuentro poético dio permiso a conocer un cuento. Diana Tarnovsky me lo enseña con entusiasmo. Me cuenta que el librero de su biblioteca favorita se lo regaló. Paseamos por sus hojas, sus pocas letras hechas frases majestuosas llenas de riqueza y los silencios escondidos entre sus letras. Lo leímos en varios idiomas , jugamos con sus colores y texturas, descubrimos los animales que aparecían en escena y disfrutamos de las emociones que nos despertaba cada página.
El cuento hizo que mi corazón galopara de alegría. Había una sincronicidad perfecta con muchos aspectos de mi vida. Inclusive la misma palabra sincronicidad se corporizaba en mí de la mano de mi Maestra.
Los cuentos suelen colarse por mis poros y van recorriendo mi cuerpo y mi mente de formas vagas y preciosas, sabios recorridos que nunca se pueden descifrar hasta que ocurren.
Así Babaí viajó a mi interior durante muchos meses. Un día cualquiera, sin estar buscando nada en particular, llegó de la mano de Diana, una narradora: Vicky Silva. Ella contaba sus historias en cuentos de telas que apoyaba sobre su cuerpo. No podía salir de mi contentura al ver ese despliegue de colores y texturas, y la conexión con la madre tierra hecha cuento. En ese instante y con una claridad cristalina supe que aquello era el principio de una gran aventura: poder narrar sobre el cuerpo como herramienta sanadora, como herramienta terapéutica.
Comencé a imaginar mil maneras de entretejer la poesía narrada en el cuerpo , cuerpo que muchas veces expresa su dolor.
No dudé en buscar a mi cómplice de locuras en 3D, Adriana Flaiban, y continuar allí la exploración de este proyecto. Buceamos juntas en la posibilidad de llevar adelante un cuento que pudiera narrarse en el cuerpo y ser utilizarlo en la intervención clínica. Fueron días de pensar ideas, mirar videos, acercarnos a teorías, buscar colores, telas y formas.
Las manos mágicas de la realizadora de títeres pudo crear las más bella base para lanzarnos al ruedo.
Elegimos el cuento “El jardín de Babaí” de Mandan Sadat para nuestro primer intento ya que tuve la clara sensación de que ese cuento narrado podía impregnarse en el cuerpo, como si la base del cuento, la naturaleza, se hiciera una con él.
Esta idea me colmó el corazón de alegría y entusiasmo ya que empezaríamos a narrar desde la sensación física de sentirnos uno con la madre tierra, ser parte de la misma. Imaginé los árboles calcándose desde la tela al cuerpo, las raíces hechas pies y sus hojas floreciendo desde la cabeza y los brazos. Así como tantas veces practiqué guiada por Maestros esta meditación, así podría llevarla a una herramienta concreta para despertar esa sensación de solidez, de base amplia, de belleza, de florecimiento, de frescura, de enraizamiento, de interconexión con toda la madre tierra. A su vez podríamos experimentar la flexibilidad en el movimiento de su follaje hecho cuerpo. El aroma de la tierra podría traspasar su fragancia al cuerpo y llevarle calma, tierra hecha cuerpo , tierra fértil para cultivar. La sola idea de sentir el cuerpo como un lugar seguro para cultivar me despertaba una sonrisa.
La armonía que caracteriza a la naturaleza podría ser la base para narrar sobre él. Una armonía que se despliega también en el cuerpo, en su interconexión de los órganos entre sí y la interdependencia de ese cuerpo con el mundo. Esta interdependencia que maravillosamente nos muestra la tierra con cada ser vivo respirando y siendo respirado por ella, donde cada ser vivo funciona en la medida que es sostenido y sostiene a otros, se fundía con un cuerpo que a su vez es en sí mismo esa perfecta armonía.
El ritmo de la naturaleza me hizo acordar al ritmo del cuerpo. Ritmo que acompasa cada experiencia vital. Un ritmo que se transmite con la propia cadencia de la poesía narrada sobre ese cuerpo. Ritmo que se genera también en los movimientos del narrador en el cuerpo. Ritmos y tonos que llevan a escuchar lo que ese cuerpo necesita.
Alguna veces será un tono suave y dulce, con un ritmo sincrónico. Otras veces serán tonos firmes pero amorosos, que empaticen con las partes del cuerpo y escuchen su necesidad.
Como si la voz del narrador pudiera descansar en el cuerpo, tal vez acunando alguna zona, llevando luz a otra.
Así como el cuento cobra vida en esa tela, el cuerpo se manifiesta como expresión de nuestro vivir. Si ese cuerpo expresa dolor, verguenza, melancolía, culpa, soledad, tal vez el paisaje que se apoya en él, pueda tomar por un momento esa forma emocional y notarla, invitando a una exploración atenta y curiosa para desde allí poder narrar una historia nueva.
La respiración aparece como un camino común por donde navegar en la narración y en el cuerpo. Es nuestra ancla para recorrer ambas expresiones. Esa respiración que da vida a la tierra y esa respiración que permite a la voz contar una historia, soltar la voz para dar vida al cuerpo narrado.
Imagino escribir sobre el cuerpo, como un arte parecido al que los japoneses llevan a cabo escribiendo sobre las hojas de washi. Estas hojas se caracterizan por su ligereza y resistencia. Narrar sobre el cuerpo me permite fomentar la esperanza. Esperanza puesta en el ofrecer la posibilidad de crear nuevas historia sobre cada rinconcito corporal.
No puedo dejar de sentir al cuerpo como un refugio, aún cuando esté adolorido. Un lugar al cual volver. La narrativa es también un precioso refugio del alma. Ambos pueden convertirse en la calma que necesitamos. Amalgama deliciosa donde la narración se calaca en el cuerpo y el cuerpo toma forma poética. Dos refugios para el corazón.
Cuando vestí mi cuerpo de cuento, pude sentir el calor del desierto, el sol y la luna jugando a las escondidas. Arquetipos perfectos que guían nuestro accionar. Sentí también la desesperación de la soledad, la alegría de encontrar semillas, la intención de cultivarlas, el sostén del manantial y su frescura.
¿Y si mi cuerpo necesitara experimentar alguna de estas sensaciones? Podría detenerme en cada una de ellas para explorarlas. ¿Y si el agua del manantial recorriera mi cuerpo para sanarlo, para aliviarlo?¿Podrían guiarme los sonidos del cuerpo para encauzar el manantial?¿Se podrán acompasar los sonidos y silencios del cuerpo con los de la narración?
Tal vez ese cuerpo narrado necesite moverse. Los movimientos del narrador podrían permitir que el cuerpo lleve adelante nuevos movimientos, nuevas posturas. Una bellísima oportunidad para bailar al compás del movimiento del cuerpo y la narración.
En un momento de atención pude percibir el contacto de la piel con el cuento. Los bordes no estaban claros, mi piel hecha narración y fundida con la naturaleza, con las historias desplegadas en ella. Esa piel que envuelve al cuerpo, que lo protege, que recibe caricias , que tiene la capacidad de sanar las heridas.
¿Puede el personaje o los personajes del cuento acariciar amorosamente las heridas? Claro que sí. Las observa, las nota, las sana.
Escriben sobre ellas una nueva narrativa, las recorre en cada zig-zag de la piel.
Me estremece pensar que la base del cuento, con todo lo impregnado en él puede pasarse de cuerpo a cuerpo, recibiendo todo los recursos que cada uno fue calcando en él.
Narrar sobre el cuerpo permite abrirse a la infinita espaciosidad. Un cuerpo espacioso donde ocurre todo de manera ecuánime. Narrar y recorrer ese espacio genera nuevas posibilidades. Inclusive recorriéndolo con todos sus recovecos, lugares más oscuros, más frágiles, más fuertes, más estrechos, más tensionados, más suaves, más amplios, más visibles o menos visibles. Si lo recorremos de la mano de la narración, el viaje es más ameno, menos amenazante.
Un cuerpo narrado tiene sentido, ya no reacciona, sino que va tejiendo la historia sobre él. La narrativa va recorriéndolo, deteniéndose donde sea necesario para esperar allí que se manifieste lo que tenga que manifestarse y escuchar su sutil voz para luego volver a narrar.
Si aparece algún dolor, tal vez un fragmento de un recuerdo traumático, una pena antigua pero con fuerza actual, incrustada en el cuerpo, el cuento contado con amor puede llevar a sanar lo que allí esté guardado. Una manera de corporizar el amor .
Cada vez que la narración recorre el cuerpo, lleva amor a él. El cuerpo es un reservorio de vida y puedo buscar en él las maneras en que esa vida se manifiesta.
Cada semilla que en el cuento se siembra puede ser una oportunidad para renovar esta intención y orientar nuestra mente hacia aquello que decido cultivar como así también las cualidades de esa siembra.
Esta proyecto del cuerpo narrado se ha convertido para mí en una manera clara de intervención clínica. Desde el abordaje integral de mindfulness y EMDR , cada paso que fui describiendo puedo ser blanco de una instalación de recursos, como de un trabajo en etapas si estamos frente a traumatizaciones más complejas, como la posibilidad de procesar defensas como la verguenza o la evitación o tal vez abordar un recuerdo traumático.
Sería impensado que parte de la integración no tuviera su base tanto en las teorías sensoriomotoras como en la teoría del apego.
Dice Siegel "La integración es el corazón de la presencia y esta integración es la base del bienestar y de la neurobiología interpersonal” (Siegel, 2012).
Si bien tomé un cuento como inicio del proyecto, las posibilidades son infinitas.
Este ritual sagrado de narrar sobre él permite que llevemos la atención allí y guiar la narración en función de lo que surja en el cuerpo del paciente.
Si tomo como ejemplo este cuento, el corderito podría recorrer su soledad o su aburrimiento a través del cuerpo del paciente, guiándolo a notar las sensaciones cuando lo recorre. Podríamos ofrecer buscar semillas que lo ayuden a ese fin, buscar las partes del cuerpo que necesitan cultivar por ejemplo la paciencia o el amor.
Podríamos juntos buscar la tierra fértil dentro de su cuerpo, notarla y apreciarla. Podríamos buscar recursos semejantes al sol o el agua y explorarlos. Tal vez descubramos que alguna parte del cuerpo siente frescura como el manantial, calor como el sol o brillo como la luna y ofrecer estas cualidades al dolor guardado en otra parte del cuerpo.
Puedo ayudar al paciente a buscar las fieras guardadas en las posturas corporales y no sólo darles la bienvenida sino aprender de ellas.
Puedo pedirle que note si el sol o la luna tienen algún efecto en su cuerpo .
Puedo ofrecer el diálogo narrado entre distintas partes del cuerpo, ofrecerse recursos entre ellas, prestarse la voz.
Podemos hacer una narración en conjunto terapeuta y paciente. Tal vez el corderito necesite ayuda, una guía para buscar las semillas o para sembrarlas, tal vez necesite ser calmado ante la aparición de las fieras. Estamos narrando así una historia nueva de vínculo. Un vínculo amoroso y confiable, vehiculizado en la relación terapéutica. La cualidad de esta narración es el modelaje para ese paciente de un apego seguro. Ese apego puede expresarse también a través de la tela de ese cuento que todo lo sostiene, y que está integrado al cuerpo. Un apego con colores, matices, texturas, una piel que recibe y da.
Cada parte de la historia narrada sobre el cuerpo abre la oportunidad de nuevas narrativas.
En los cuerpo que guardan recuerdos dolorosos, el recorrerlo con la narración permite que los personajes sean voceros de las distintas reacciones corporales. Ya sean de alarma, de lucha, de huída o de congelamiento.
Las personas que han sufrido traumas, pueden sentir que su cuerpo no es un lugar seguro. Por este motivo el acercar esta intervención es una opción que activa el sistema de calma y de conexión social, tan necesario para regular al paciente.
El reaccionar del cuerpo que en un principio no tenía sentido o contexto, va narrando una historia.
Las emociones comienzan a detectarse a través de estas sensaciones corporales sostenidas por el cuento narrado.
Como se ha podido observar todo el proceso de narración en el cuerpo se convierte en una trama que incluye la regulación emocional como el punto de partida para las distintas intervenciones clínicas.
Hemos explorado a modo de ejemplo dos versiones del cuento narrado sobre dos cuerpos distintos (Una versión narrada por Adriana Flaiban y otra por Paula Moreno). Las posibilidades son infinitas, como infinitas las intervenciones desde esta herramienta.
Pienso que este proyecto puede tener implicancias más amplias además de la intervención clínica. El ofrecer esta herramienta a contextos grupales o sociales que necesiten una nueva narrativa, es un camino posible.
Una manera preciosa de integrar la intención compasiva de sanar un cuerpo social junto con una acción concreta.
Los invito a explorar la posibilidad de encontrar nuevas poesías narradas sobre nuestro cuerpo y sobre aquellos a los que acompañamos en su sanación.
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